Ángel de la guarda

Cosme Beccar Varela
LBM #7
7/9/2000


"La fe es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestras almas, por la cual creemos todo lo que Dios ha revelado y por medio de la Iglesia nos propone para que creamos?.

    Asi define la fe el Catecismo de primeras nociones de la Doctrina cristiana. Definición simple y clara en su extraordinaria grandeza. Sin palabras abstrusas, sin ocultamientos, sin chicanas. Es un bálsamo para la inteligencia leer textos como estos, hace tanto tiempo olvidados, pero que les enseñaron a muchas generaciones lo que es la doctrina cristiana. La gente paga con una ignorancia crasa -y costosa- los intentos de ciertos neo-pedagogos eclesiásticos por "aggiornar" el lenguaje de la enseñanza para decir vaguedades sentimentales, en lugar de explicar doctrina en forma clara y comprensible.

    Una de las cosas que se han olvidado es que por la fe se accede al conocimiento de la realidad, una realidad que no es accesible para los sentidos ni para la pura razón, pero que es tan real o más, que aquello que vemos o comprendemos por sus causas racionales. Es la vida divina y las intervenciones de Dios en la Historia, los ángeles y sus acciones, la Encarnación de Cristo y la Redención, la vida futura y tantas otras cosas que no podríamos conocer si no nos hubieran sido reveladas.

    Cuando creemos en ellas, las conocemos, y conocemos algo real. Se ha difundido mucho en estos tiempos la falsa idea modernista (condenada por el Papa San Pio X en su Encíclica "Pascendi", del 8 de Septiembre de 1907) de que la fe es una experiencia personal e intransferible que vale por su intensidad y sinceridad, independientemente de que permita o no acceder a una realidad exterior al hombre. De esto se debe concluir -aunque los modernistas no lo digan con absoluta claridad- que el objeto de la fe puede ser totalmente irreal sin que por eso pierda valor porque lo que valdría sería la sinceridad y la intensidad con que se experimenta.

    A mi me parece totalmente ridículo entusiasmarse por algo que no existe. Si la fe no me garantiza la existencia de aquello en que creo, la fe valdría muy poco. Es por eso que luego de casi cien años de prédica modernista, la fe ha quedado reducida a casi nada.

    Pero Dios existe y la fe nos enseña cosas verdaderas. Entre ellas, que existen los ángeles. Una antiquísima tradición de la Iglesia, con sólido fundamento en el Evangelio y en el Antiguo Testamento, nos enseña, además, que cada uno de nosotros, incluyendo a los niños concebidos pero no nacidos, tiene un ángel de la guarda. La misión de éste ángel es ayudarnos en el curso de la vida para alcanzar el cielo, evitar los peligros que nos acechan e inspirarnos buenas ideas. Para los niños, tan frágiles e inconscientes, este ángel cumple un papel fundamental: Mil veces los niños corren peligros y mil veces sus ángeles guardianes los salvan. Lamentablemente, no siempre está en los planes de Dios que un niño se salve de un peligro. Es un misterio para mí, y de los más duros de entender, por qué Dios no ordena a Sus ángeles salvar siempre a todos los niños. Pero de hecho ocurre que muchos mueren, sufren o se enferman y sólo me consuela saber que en Su infinita misericordia, los niños que perecen a un peligro o a una enfermedad están en el cielo gozando eternamente de la más agradable de las Compañías, luego de haber corrido un corto riesgo, en el que los grandes empedernidos todavía estamos.

    Cuando el niñito Pablo Dunkler desapareció sentí una gran angustia. Una niñera, no muy en sus cabales, lo había llevado a dar un paseo desde San Isidro hasta Mendoza. El ángel de la guarda de ese inocente niño (muy lindo, por cierto) actuó desde el primer momento protegiéndolo de los desvaríos de su raptora y demorando sus planes de llevarlo más lejos, tal vez fuera del alcance de las informaciones públicas que finalmente permitieron rescatarlo. Dos días después, una buena señora mendocina, Mirta Córdoba, dueña de una pizzería, reconoció al chiquito y con diligencia admirable avisó a la policía que rescató al niño. Es reconfortante una historia que termina bien y me confirma en que los ángeles de la guarda existen. Encomiéndese siempre al suyo y, a los suyos, a los de ellos. Vale la pena, porque son tan reales como la Sra. Mirta Córdoba y el policía mendocino que lo salvaron. Y si no, pregúnteles a los felices padres de Pablito Dunkler.

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