Tiranuelos

Cosme Beccar Varela
LBM #34
14/11/2000



El gran presidente de Ecuador, Don Gabriel García Moreno, que gobernó su país en dos períodos, terminando el segundo en 1875 por su asesinato, se preocupaba mucho por el bienestar del pueblo más sencillo.

    No podía tolerar ni la arbitrariedad, ni la injusticia, ni la pereza en los funcionarios públicos. Como Presidente de la República se consideraba responsable de toda la Administración y de la conducta de todos sus integrantes. Sabía que sus poderes no le habían sido dados para su placer sino para servir, y trabajaba día y noche en cumplir con esa responsabilidad.

    Para eso, tenía especial cuidado en recibir y atender a todas los ciudadanos, inclusive a los más modestos que lo detenían por la calle o a la salida de misa a la que asistía diariamente, para plantearle sus cuitas. Nunca nadie era rechazado ni se le negaba el oido presidencial.

    Dirán los defensores de la altanaería de nuestro modernos demócratas (que no reciben sino a sus amigos o a los poderosos de quienes pueden esperar algo algún día a cambio de sus actos administrativos): "¡Qué absurdo! ¡Imagínese si tuviera que atender a todas las personas que quieren hablar conmigo! No tendría tiempo para otra cosa. En esa época de García Moreno había menos gente."

    Respuesta estúpida y de mala fé, porque García Moreno, como Presidente, podía ser tan abrumado de pedidos en la Quito del siglo XIX como un Ministro del gran gobierno de la Rúa en la Argentina del Siglo XXI; pero no se le ocurrían esas excusas.

    García Moreno hacía más: muchas veces por la noche, salía disfrazado de indio por una puerta trasera del Palacio presidencial y recorría la ciudad, hablaba con la gente, observaba y oía las quejas del pueblo menudo. Al día siguiente, desde su escritorio presidencial, ponía remedio a los males que había verificado personalmente, aliviando el dolor de una viuda, la frustración de un padre de familia desocupado, el desamparo de algún enfermo y castigando a los responsables de alguna sinrazón. Inclusive, algunas veces, pidió al Nuncio de Su Santidad que retirara de Quito al monje Fulano, del Convento tal o cual, porque salía de noche y daba mal ejemplo a los feligreses...

    De día, se informaba de todas las oficinas públicas y de su funcionamiento y de qué funcionarios desatendían sus deberes. Alentaba a los diligentes y sancionaba a los remisos e injustos.

    El pueblo lo quería extraordinariamente, como es de imaginar.

    Este recuerdo histórico me vino a la memoria cuando leí hoy la carta de la Señora Isabel Cancel Echegaray en la sección de "Cartas de Lectores" de "La Nación", similar a muchas otras que he leído en muchos días anteriores, en las que expresaban quejas semejantes por la absoluta desconsideración con que son tratadas las personas que deben sacar su DNI.

    Relata la Señora, en primer lugar, cómo le exigieron el DNI para tramitar la jubilación de su marido. Ella es española, madre y abuela de argentinos. Nunca tuvo DNI por ser ama de casa que vive en medio de los suyos quienes nunca se lo exigieron para reconocerla como su madre o su abuela. Tampoco sus vecinos. Un ama de casa típica, que vive, sobre todo, puertas adentro.

    Va a sacar su DNI, trámite que debería ser sencillo: partida de nacimiento y fecha de ingreso al país, pruebas éstas superfluas porque, se pueden dar por probadas sin temor a engaño siendo madre y abuela de argentinos nativos.

    Llega a las 11 de la mañana al único lugar que atiende pedidos com el suyo (Chacabuco 1261) y no la atienden. Debe venir a las 6 de la mañana a hacer cola y esperar que le entreguen uno de los únicos seis números que se expiden cada jornada. (Cabe preguntarse qué hacen el conjunto de solícitos funcionarios después que atienden a esos seis afortunados madrugadores)

    Va otro día a las 6 de la mañana pero los números (que se empiezan a entregar a las 6 y media) se agotan antes de que el repartidor llegue al lugar en que ella se encuentra. Allí conoció personas que iban por tercera vez y habían llegado a las 4 y media de la mañana pero tampoco les llegó el número.

    Como dije, he leído en esa sección de ese diario varias cartas anteriores análogas. Eso revela que los funcionarios que atienden esa oficina no cumplen con su deber, pero peor aún revela, que a los funcionarios de quienes dependen esa oficina, empezando por el Presidente de la Rúa, les importa un cáncamo de los sufrimientos de esta señora y de las miles de otras señoras y señores y jóvenes que a lo largo y a lo ancho del país padecen diariamente iguales humillaciones, iguales desatenciones, iguales desprecios, igual frustración.

    Todo depende de documentos que sólo el gobierno o sus entenados "privatizados" pueden dar. Y estos dueños de la suerte viven sentados encima de ella, sin importarles el daño que causan.

    Requisitos idiotas, "trámites personales" indeludibles: maléfica conjunción de pequeñas tiranías a cargo de pequeños tiranuelos que gozan cada minuto que roban al tiempo de su prójimo. Sin contar los casos en que además de tiempo, les roban plata para que no pierdan tiempo...

    Hay funcionarios decentes que atienden bien, pero son moscas blancas. La impresión general que se tiene cuando se debe hacer un trámite, inclusive en las oficinas privatizadas, es que uno penetra en una especie de túnel negro, sucio, malévolo y arbitrario, del cual no sabe cuando ni cómo va a salir.

    El Ministro responsable de esa oficina de la Sra. de Echegaray o arregla eso en un plazo máximo de tres días o debe renunciar. Asi de clarito.

    El Presidente de la Rúa, que no puede ignorar las quejas de sus mandantes (¿no es acaso el Primer Mandatario?), o exige la renuncia del Ministro que no arregla eso o comete una injusticia grave.

    Y si multiplicamos el caso por cientos de otras oficinas y miles de otras víctimas que están en la misma situación, como de hecho ocurre, tenemos una grave crisis administrativa que de la Rúa no puede ignorar. Y si en un mes no ha iniciado serios y eficientes esfuerzos para repararla, puede decirse (si es que no hubiera otros motivos para decirlo) que es un mal Presidente.

    Hace once meses que ocupa el cargo que tiene todos los poderes para resolver estos asuntos, y no lo ha reparado, a pesar de que es uno de los problemas de gobierno más fáciles de resolver. Luego, la conclusión es obvia.

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