El odio incesante

Cosme Beccar Varela
LBM #8
8/9/2000


La guerra civil es una de las especies de la guerra. La de un país contra otro, en general, es provocada por causas políticas decididas en los gabinetes ministeriales, de las cuales el pueblo es ajeno en gran medida. Esos conflictos podrían resolverse por otros medios, si no interfiriera la voluntad política del Estado agresor.

    Es cierto que el pueblo termina embarcándose en ella porque la guerra y la propaganda pulsan sus fibras patrióticas.

    Pero si pudieran optar fríamente antes de las hostilidades (sin campañas nacionalistas inductivas), es muy probable que optarían por una solución pacífica. Por ejemplo, en el caso de la disputa con Chile por las islas del Beagle, a pesar de que nuestra Patria fue la agredida, el pueblo argentino optó por la solución negociada (perjudicial) antes que por la guerra. Y en el caso de las Malvinas, si el Gral Galtieri hubiera consultado el deseo de los argentinos, hubiera debido abstenerse de iniciar su disparatada aventura bélica con el agregado de que, probablemente, hoy las islas tendrían "tres banderas" como una transición hacia la bandera argentina como única dueña del archipiélago. Históricamente, la participación del pueblo en la gestación de las guerras civiles es mayor que en las guerras internacionales, pero es difícil que llegue a involucrar militantemente a las mayorías. Estas guerras podrían evitarse si los líderes de los bandos en pugna trabajaran para deponer los odios, no para aumentarlos. Aún el bando que tiene razón, si tiene fuerza dominante, puede usarla para apaciguar a los adversarios. Si está en el llano, puede buscar formas de coexistencia con quienes lo agravian, sin embarcarse exclusivamente en la política del odio intransigente rumbo a la violencia armada. Aún teniendo razón en los principios teóricos, los matices que siempre hay en su aplicación práctica, permiten encontrar formas de tolerar sin abandonar aquellos principios. Son raros los casos, como el de la guerra civil española, en que el gobierno comunista no dejó a los católicos españoles otra salida que la guerra.

    Estuve en contra de la Revolución militar de 1976 pero mucho más en contra de la guerrilla cruel y cobardemente asesina; rechacé y rechazo el sistema de represión secreta, anónima y excéntrica (excéntrica por haber dado "licencia para matar" a muchos oficiales y hasta suboficiales, sin control y sin dar oportunidad de defensa a los denunciados, con torturas y otras atrocidades) montado por las Fuerzas Armadas. Además creo que éstas no "derrotaron" a la guerrilla como dicen, sino que mataron bastante gente (sin que fueran todos guerrilleros), y en un momento dado, por decisión de los amos políticos del terrorismo, éste cesó, probablemente, porque el efecto estratégico de la guerrilla triunfó: el Ejército quedó arrasado sin que se haya recuperado, ni tal vez pueda recuperarse nunca más si se mantienen las actuales condiciones políticas y, además, dos simpatizantes de la "causa" de la guerrilla, Alfonsín y Menem, fueron electos como sucesores del gobierno militar.. Así que, moral y políticamente, el gobierno militar surgido en 1976 fue una calamidad. Ni hablemos de la economía porque es otro capítulo del desastre.

    Aclarado esto, debo decir que me causa un profundo desagrado la constante ofensiva contra las Fuerzas Armadas a través de los medios de difusión realizada por quienes no cesan de atizar el odio entre los argentinos manteniendo permanentemente abiertas las heridas y la sed de venganza. Y no parece que fuera a terminar nunca. No se detienen ante nada. Hace poco pusieron presa a una chica de 22 años, María Natalia Alonso, porque se negó a hacerse una prueba de ADN que los "vengadores del 76" querían hacerle para probar que una Abuela de Plaza de Mayo (éstas y las Madres de la misma Plaza son adalides del odio incesante) es su abuela y que el Sr. Alonso y su esposa, que la trataron como una hija toda su vida y a los que sin duda quiere mucho, no son sus padres. Aclaro que el Sr. Alonso ya fue absuelto por la Justicia de esa acusación después de sufrir 2 años de prisión y su mujer, la Sra. María Luján, pasó dos meses en prisión por la misma causa y luego fue liberada por "falta de mérito". Ahora es el turno de la chica: la ponen presa para forzarla a hacerse un ADN y amenazan con cancelar sus documentos personales y borrarle el nombre.

    Pero no pueden forzarla a vivir con la mencionada abuela porque es mayor de edad y no quiere saber nada de la vengativa dama. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde?

    La conducta más adecuada de esa abuela, si es que realmente quiere a la chica, sería dejarla vivir su vida junto a sus padres naturales o adoptivos (a esta altura del partido no hay diferencia) antes que permitir que los jefes del odio la usen como un ariete o como una antorcha para mantenerlo encendido siempre. En la hoguera del odio caen justos por pecadores. Parecería que a ellos les interesa más, no el castigo de los culpables, sino el sometimiento a su dictadura de quienes son inocentes de aquellos crímenes, pero culpables de no aceptar la tiranía ideológica de la izquierda.

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