Interpelación a sus mayores de los jóvenes que se quieren ir

Cosme Beccar Varela
LBM #52
11/12/2000


Según una encuesta publicada hoy, el 76% de los jóvenes argentinos quiere irse del país. Este dato espantoso es uno de los síntomas más alarmantes que he visto en estos años denotando la profundidad de nuestra decadencia. La Argentina está muriendo de inanición moral y material.

    He imaginado una interpelación que estos jóvenes que se quieren ir les dirigirían a sus mayores, que somos nosotros. He prestado a los jóvenes un lenguaje que no es el suyo y pensamientos que no han terminado de esbozar, pero creo que, si pudieran, es esto lo que nos dirían.

* * *

La Argentina para nosotros no es una esperanza. Desde que tenemos memoria nunca lo fué. Es un fracaso. No nos sentimos convocados a ninguna tarea común. No sabemos qué se proponen quienes nos dirigen o, mejor dicho, creemos que se proponen exclusivamente servir sus intereses y que nos les importa nada de los demás.

    Sabemos que no toda la generación anterior a la nuestra es responsable en forma directa de que esto ocurra. Pero indirectamente, sí, porque pudieron hacer algo para impedir que el país estuviera siempre en manos de los corruptos, y no lo hicieron.

    Admitamos que es sólo una minoría de corruptos la que se adueñó del país por el fraude, el soborno y el engaño e implantó el sistema perverso que nos expulsa de la sociedad. Pero, ¿no podía cada uno de nuestros mayores, por pequeñas que fueran sus fuerzas, haber usado más la cabeza, portarse con más valentía, dar ejemplo de heroísmo y de generosidad, combatiendo a los corruptos?

    Es claro que podían. Pero no: siempre sostenían la teoría del "mal menor"; decían que había que apoyar a Fulano porque era menos malo que Mengano, aunque sabían que Fulano era malo. Y sirvieron de comparsa, unos a Fulano y otros a Mengano, sin ganar nada, por pura estupidez y falta de valor. Esos cálculos del "mal menor" nos trajeron a estas ruinas en medio de las cuales nos sentimos perdidos.

    Nuestros mayores nunca nos enseñaron Historia. Ni la conocían; no tenían perspectiva del pasado y, por eso, no la tenían del futuro. No sabían de donde veníamos ni, por supuesto, a donde íbamos. Lo único que sabían de Historia eran las píldoras propagandísticas servidas en los manuales del colegio o en alguna novela escrita por el escritor de moda que "había que leer".

    ¿Por qué no nos enseñaron a pensar? ¿Por qué nos abandonaban frente a la televisión y en los pocos momentos en que la familia estaba reunida, no hablaban de otras cosa que de chismes, de deportes o de intereses?

    No tuvimos modelos. Nos hubiera gustado admirar a nuestros padres. Sólo los queremos, no los admiramos. ¿Cómo podríamos admirarlos si no veíamos en ellos otra cosa que la preocupación por ganar plata y divertirse en toda la medida de lo posible o de llevar una vida lo más chata y desapercibida posible?

    Los modelos que nos presentaron fueron siempre los "exitosos", (entendiendo por tales los "ricos y famosos"), la gente entretenida, "normal" - según decían- y los anti-modelos a quienes debíamos temer parecernos, eran los "perdedores", los idealistas ("¡esos locos!"), los pobres y los tímidos.

    No nos hicieron ver que la timidez es propia de la adolescencia y de la juventud y que no es enfermiza, ni denigrante y que se trataba de fomentar las capacidades y cualidades de cada uno para hacerlas desarrollar y formarnos una personalidad. No. Nos hicieron avergonzar de lo que no es desdoroso y casi nos obligaron a pensar en disparates como un escape al horror de ser tenido por "perdedor".

    No sabemos nada de los santos que, sin embargo, son venerados por la Iglesia Católica a la cual pertenecemos y a cuyas misas nos hacían ir todos los domingos. Más bien, cuando alguno de nosotros demostraba un poco más de interés por los santos, se reían de él, diciendo que no se debía exagerar, que teníamos que divertirnos mientras fueramos jóvenes e insinuaban que los santos de tiempos antiguos no son un modelo a imitar.

    Nuestros mayores van a misa y nos recomendaban ir a misa. Pero fuera de la liturgia dominical, Dios era el gran ausente en nuestra vida cotidiana, en los conversaciones, en las decisiones. Nos preguntamos si nuestros mayores creen realmente que hay un Dios todopoderoso que creó todas las cosas y que mantiene una relación personal con cada uno de nosotros.

    Sobre la existencia de otra vida más allá de esta vida, nos han dicho sólo eso: que existe. Pero no es un dato que estemos acostumbrados a manejar. No contamos con esa otra vida a ningún efecto práctico y, por eso, sólo nos guiamos por imperativos mundanales. En realidad, somos semi-paganos, a pesar nuestro.

    Nos enseñaron algunas reglas elementales de comportamiento, pero sin fundamentarlas en principio alguno. Era un simple: "No hagas esto, no hagas lo otro."

    No sabemos, hasta hoy, si esa moral es un invento de nuestros padres que nos traba la vida sin razón alguna o si existe algún fundamento para esas prohibiciones.

    Nuestros mayores no tenían otra opinión que la de los diarios o de los comentaristas de la televisión. Como hojas al viento, iban y venían a impulsos de las voces en boga. No nos enseñaron a discernir una opinión de otra, ni a razonar, ni a observar, ni a sacar nuestras propias conclusiones, corrigiéndonos si nos equivocábamos, ni nos dieron principios para juzgar.

    Movidos por nuestra sensualidad natural, vivimos consintiéndonos todo sin conocer razones para hacer lo contrario y disciplinarnos.

    Vivimos en grupo. No se nos enseñó a distinguir entre la sociabilidad sana y la masificación que destruye las personalidades. Todos nosotros hacemos más o menos lo mismo. Y el que no lo hace es considerado un idiota y todos nos ocupamos en demostrarle al "idiota" que debe ser como todos o resignarse a ser un paria.

    Cuando fuimos creciendo y nos acercamos a los 20 años de edad, nos dieron cada vez más libertad y empezamos a catalogarnos a unos como "triunfadores" y a otros como "perdedores".

    Fuimos implacables con los "perdedores", o sea, con los menos sensuales, con los menos fuertes, con los menos decididos. Y no nos hicieron ver que en ellos podían existir cualidades superiores de inteligencia, sentido artístico y que, a su debido tiempo, si no se les cortaban las alas con persecuciones malevolentes, podrían surgir de entre ellos genios en otros campos que en el de los negocios o el deporte.

    Nuestras diversiones eran cada vez más caras y necesitábamos cada vez más plata. Empezó nuestra obsesión por ganarla. Cada vez queríamos más cosas, cada vez más modernas. Admirábamos cada vez más a los países en los que esas cosas se fabrican y se venden a precios accesibles para los sueldos que allí se ganan.

    Y cuando vemos que aquí no hay trabajo, que el poco que hay, no tiene seguridad alguna, que todo es complicado, que todo es más caro que en los países ricos y que los sueldos son más bajos que en esos países, decidimos irnos, como sea, lo más pronto posible.

    Oímos historias de todos aquellos a quienes les fué bien. De los que le fué mal, nadie habla. Esta es otra cosa que Uds. han hecho y hacen mal: ocultar los fracasos que tal vez nos harían ver que no todo son flores en los países del primer mundo.

    Ignorando casi todo sobre esos países, nos guiamos por la televisión y por el cine. Basados en esas imágenes comerciales, la vida "allá" nos parece una gloria y la vida aquí nos parece cada vez más chata. Y hemos resuelto irnos.

    Uds. nos dejan ir porque si no nos dejaran, nos rebelaríamos y lo saben. Además, al irnos, nos llevamos con nosotros nuestro problema de ser jóvenes y de tener toda la vida por delante. Cuando estemos allá lejos, Uds. no nos verán y como ojos que no ven, corazón que no siente, Uds. se sentirán aliviados, después de llorar un poco nuestra partida.

    ¿Qué podemos esperar de Uds., mayores? Solamente que nos ayuden a pagar el pasaje. Desde la distancia, vamos a seguir queriendo que el mundial de futbol lo gane el equipo argentino, pero no nos preocupa mucho si la Argentina va a sobrevivir como país, no como equipo de futbol, ni tampoco cuál será el destino de todos aquellos que no se pueden ir.

    Uds. no nos enseñaron a pensar por encima de la materia, ni a querer otra cosa que lo que me sirve a mí. No se asombren de que ahora estemos pensando en irnos a donde nos parece que estaremos mejor. Ubi bene, ibi patria: adonde yo esté bien, esa es mi patria. Uds. son los autores de estos pequeños apátridas en los que nos hemos convertido. Que Dios los perdone.

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