Tierras inundadas

Cosme Beccar Varela
LMB #38
20/11/2000



La gran llanura de la pampa húmeda, tierra fértil, es capaz de producir enormes cantidades de alimentos. En eso se fundó la riqueza argentina desde sus orígenes y debería seguir siendo asi, sino fuera por diversos factores que influyen para amenguar al campo en general y reducirlo a un papel secundario y hasta despreciable. Esos factores dependen todos ellos de los hombres que tienen poder de decisión política. Esta es una de las primeras y más graves dificultades con que tropieza la actividad agropecuaria.

    Pero no es el propósito de este artículo analizar esos factores. Quisiera referirme hoy a los problemas climáticos que afligen a vastas regiones del país. Hay 1.500.000 has de tierras laborables inundadas, algunas de ellas, por 4to. año consecutivo.

    Cuando el clima acompaña el esfuerzo del hombre de campo, el viajero que atraviesa las inmensas llanuras de la pampa, puede ver campos verdes y lozanos extenderse hasta el horizonte. Asi eran esos campos, hoy inundados, antes de sufrir ese cataclismo. Ahora son desoladores campos muertos, sin utilidad ninguna por no se sabe cuánto tiempo.

    Al hombre de la ciudad le resulta difícil comprender lo que significa para el labrador (todo hombre que vive del campo, sea mucho o poco campo, es un labrador) ver esa transición horrible en su tierra: lo que era un jardín, hoy es un depósito de aguas estancadas y sin salida, ubicadas con aire de algo definitivo, sobre un plano horizontal, sin inclinación alguna y sin esperanzas de que desagoten por ninguna parte. El vió esa tierra producir, vió crecer los sembrados, vió las espigas mecerse al viento, vió al ganado pacer pacíficamente o descansar echado sobre tierra firme, vió los árboles pujar y dar sombra.

    Y luego, la inundación. Todo queda reducido a nada. No se puede trabajar; no se puede remediar; no se decide a partir, si es que tuviera adonde ir.

    Todos los días mide las aguas. Se ilusiona pensando que bajan. Y no bajan. Su casa, otrora lugar de descanso y mirador para contemplar los campos cultivados con el sudor de su frente, esperanza de una ganancia justa y proporcionada, sin grandes "batacazos" pero pudiendo darle un buen rinde, se ha convertido en una especie de nave solitaria rodeada de aguas malolientes. Para llegar hasta ella, debe atravesarlas como pueda. Felizmente, en la pampa siempre hay pequeñas ondulaciones cuyas partes más altas se conservan fuera del agua. Apenas sobresalen, pero con las napas casi a flor del suelo. Por esas "alturas" - de alguna manera hay que llamarlas- el labrador ha trazado su complicado camino de acceso.

    Ayer ví un pequeño campo de esos que el hombre de la ciudad considera apenas como una gota en el mar (sin metáfora) de las 1.500.000 has. inundadas, noticia ésta, a su vez, que es una de las tantas que el recibe en el informativo de uno de esos días. Y sólo en uno que otro día aunque la inundación es el amargo pan de cada día para el labrador, durante meses y meses.

    ¿Sólo para el hombre de la ciudad? No sólo ellos: los labradores de otras zonas que no sufren la inundación miran casi con indiferencia a las víctimas de la inundación; y los que están entre la inundación y el desagüe natural, con hostilidad, no vaya a ser que esas aguas sigan un curso que pueda afectar su campo.

    Desde el camino, ví al que parecía ser el propietario de ese campo, calzado con altas botas, cabalgar por el campo inundado, el caballo con el agua hasta la panza, chapoteando fuertemente. Me detuve. En el silencio de la tarde se oía el chapoteo del animal. Por sobre las aguas asomaban las puntas de algunos yuyos duros, de esos que crecen no se sabe cómo en tierras inundadas.

    El líquido era marrón, de un color enfermizo, y exhalaba un olor pútrido. Algunos patos, los únicos felices con la situación, levantaban vuelo al acercarse el jinete. Y había una cantidad enorme de mosquitos y jejenes que se complacían en martirizar al labrador y a mí. Estos insectos son una especie de burla del demonio de las inundaciones.

    Por sobre nuestras cabezas, un cielo gris y amenazador parecía ser indiferente al daño adicional que causaría una nueva lluvia al afligido labrador.

    Por los bordes de las partes anegadas, junto al alambrado que se divisaba más allá de las aguas, se divisaban algunos caballos y vacas, acorralados en la única parte más o menos seca que le quedaba al campo.

    El hombre no me veía, ensimismado en sus pensamientos. El caballo tenía una linda estampa, un recuerdo de tiempos mejores. Forzado a abrirse paso entre las aguas y pisando el barro blando del fondo, se movía con lentitud, acompañando sin querer la pesadumbre de su dueño.

    ¿Pensaría el labrador en sus deudas, en cómo viviría ese mes? Puede ser, pero creo que si un ángel del cielo bajara y le ofreciera, secarle el campo y volverlo a convertir en un jardín arbolado o pagarle sus deudas, no dudo que el labrador respondería sin dudar: "¡Que vuelva a tener mi campo como antes, aunque sigan las deudas!"

    Es mi deseo, y pido a Dios que así sea. Y si es posible, que también resulten pagadas sus deudas.

Lo más leído...

Característica carta de rechazo a "La Botella al Mar" y contestación en defensa de ésta

El odio mal disimulado al catolicismo aparee en la prensa llamada "libre"

Teatro en el Senado como en el teatro: todos fingen y el país se hunde