¡Arriba los corazones!

Cosme Beccar Varela
LBM #94
13/2/2001


Me he ocupado varias veces en analizar la profundidad y gravedad de la corrupción en los ambientes políticos, empresariales, sindicales, periodísticos y otros y me seguiré ocupando, cuando la ocasión se presente.

    Lo único que temo es que Ud., estimado lector, se canse y se desanime al sentirse impotente frente a semejante ola de miasmas putrefactos que avanza sobre Ud., sobre sus seres queridos y sobre sus bienes.

    Ud. querría soluciones, algún remedio para este mal, algo más que simplemente analizar la pústula, algo que le dé esperanzas de vencer o de salvarse.

    Atendiendo a esa muda objeción (porque Ud. no se tomó el trabajo de ponérmela por escrito en unas líneas enviadas a "La botella al mar") va este mensaje.

    Lo primero que debo decirle es que parto de la base de que los lectores de esta "Botella" son gente lúcida y valiente. Si yo tuviera de ellos un concepto distinto, si pensara que son leles y cobardes, ni siquiera me tomaría el trabajo de escribirla. O sea, cuando me siento a escribir estas páginas, tengo la sensación de comunicarme con personas de todas las edades, de ambos sexos y de distintos lugares, cuya nota común es la capacidad y el gusto de pensar, el amor a la belleza y la fuerza moral para ver la realidad de frente, aunque sea temible o repugnante.

    No todos coincidirán con los fundamentos en que obviamente me baso, pero supongo que a todos les interesa conocer las opiniones que alguien pueda tener desde esta perspectiva.

    Esto dicho, creo que hay muchas cosas que se pueden hacer y muchas actitudes que cada uno de nosotros puede tomar para defenderse y aún vencer esta corrupción generalizada que nos oprime.

    Lo primero, pertenece al plano sobrenatural, en el que creo firmemente en todos los términos enseñados por la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana. Es decir, Dios existe, es todopoderoso y puede vencer a cualquier fuerza que se oponga al bien de sus criaturas. Si no lo hace de inmediato y deja vencer a los malos, eso no significa que no pueda hacerlo sino que, en algún orden superior a nuestra comprensión, este misterioso "dar soga" a los corruptos es preparatorio de un bien mayor.

    Reconozco que éste misterio es duro de aceptar. Pero es ineludible hacerlo, ya que de lo contrario, otros misterios aún más desconcertantes nos asaltarían y esos sí, son desesperantes y sin salida.

    Además, hay muchos misterios, no sólo éste, cuando se trata de la divinidad; por ejemplo, el de la Santísima Trinidad. Pero es perfectamente lógico que ello ocurra ya que Dios es infinitamente sabio y nosotros ni siquiera somos sabios. Apenas sabemos algunas cosas. Es como si un alumno de 1er. grado inferior se indignara con un profesor de física de 5to. año porque no entiende lo que dice ni los experimentos que realiza.

    Luego, la conclusión que se saca de esta primera tesis es que "todo está bajo control" del Bien final y supremo. Nunca prevalecerá totalmente el Mal. Todo mal es relativo, por horribles que sean sus consecuencias, por poderosas que sean sus fuerzas y por omnipotentes que parezcan sus fautores.

    Viene aquí a cuento aquel lindísimo verso de Santa Teresa de Jesús que transcribo para gozo de los lectores:

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda:
la paciencia,
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta:
sólo Dios basta.

    Bien sabe Ud., apreciado lector, que no soy partidario del quietismo, ni de la resignación, ni de andar poniendo la otra mejilla a tontas y a locas. Si pudiera acabar ahora, ya mismo, antes de terminar este artículo, con la corrupción y los corruptos, con los tiranos y tiranuelos, y con toda laya de injusticias, lo haría sin dudar un instante, sin preguntarme cómo entraría eso en la doctrina de la permisión divina frente al mal que acabo de explicar. Mi argumento sería simplísimo: si Dios me puso en las manos esa posibilidad, es porque está en sus planes que la use. "Without further ado", sin más complicaciones.

    Es claro que eso es sólo un sueño, porque no ocurre ni ocurrirá. Por eso, pasemos a la segunda tesis de nuestras posibilidades frente a la corrupción dominante.

    Hay dos órdenes de cosas para hacer: uno, el de las realizaciones conjuntas y organizadas, el otro, el de las actitudes personales e individuales de cada uno.

    Estoy convencido de que los buenos son muchísimos más que los malos, que los buenos argentinos son enormemente más numerosos que los corruptos adueñados del poder. Luego, hay esperanzas fundadas de que, algún día, los buenos se organicen, les quiten el poder a los corruptos y no se los dejen recuperar nunca más.

    Lamentablemente, esa esperanza pasa por la necesidad de organizarse, lo cual a su vez, exige que unos dirijan y otros sean dirigidos, porque no se ha visto en ninguna parte y en ninguna época de la Historia, una organización actuante que sea absolutamente horizontal, donde todo se resuelva por unanimidad y donde a cada momento todo esté en discusión.

    Pero esa necesidad de organizarse tropieza con los peores vicios de los buenos, que son la cortedad de miras, la pereza, la envidia y el egoísmo. Por eso, esta forma de reacción contra el mal es de muy difícil concreción en circunstancias normales. No analizo aquí cuáles podrían ser las circunstancias extraordinarias en que ese dificultad se allanaría, porque nos exigiría irnos por algunas ramas y ahora estamos tratando de analizar sólo el tronco del problema.

    A falta de este gran esfuerzo conjunto, puede Ud. encaminarse a formar una micro organización, no para vencer a la corrupción, sino para impedir que llegue hasta el pequeño mundo de cada uno de nosotros. Esto no es tan difícil pero tropieza con los mismos vicios ya señalados. Sin embargo, debería ser factible y podría ser un buen ejercicio para cosas mayores. Vea Ud. lector, si puede hacerlo. Yo, desde ya, estoy enteramente dispuesto a anotarme en cualquier organización de bien y bien pensada que Ud. organice.

    Si me pregunta qué propongo yo, le diría que estas "Botellas" pretenden ser un ambiente de discusión y diálogo sobre los problemas que nos aquejan y estoy continuamente invitando a que Ud. lector, se manifieste y escriba. Si ese dialogo fuese constante forzosamente daría origen a una organización.

    Por último, si nada de ésto funciona, entonces le queda el último reducto: sea Ud. mismo pase lo que pase y desprecie al mal que lo rodea. Estoy en eso, como habrá visto en "Botellas" anteriores. Pero nunca alcanzaré el grado de desprecio que me gustaría tener, porque siempre me sorprendo, para mi disgusto, al verificar que ciertas cosas que pasan me afectan más de lo que querría.

    Con esto creo haberlo dejado, estimado lector, armado de algunos instrumentos para enfrentar la corrupción. ¡Arriba los corazones!

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