¿Educ.ar o Escap.ar?

Cosme Beccar Varela
LBM #80
24/1/2001


Pido disculpas a los lectores de "La botella al mar" por la demora en publicar el artículo del lunes 22 de Enero. Ocurre que estoy en Bariloche desde hace una semana y desde aquí trato de mandar el artículo diario a través de locutorios públicos o de "cyber-cafés", sorteando diversos problemas técnicos de computadoras y de transmisión. Y no siempre las cosas salen bien.

    Esto de la informática está muy lejos de ser la panacea universal que muchos suponen.

    De la Rúa, a falta de cosas más concretas de qué gloriarse, ha hecho gran bambolla en torno cierta donación de un súbito millonario (la que sospecho es una donación atada a un negocio relacionado con los miles de computadoras que supuestamente proveerá el gobierno a las escuelas o que las personas comprarán a través de créditos especiales del Banco de la Nación). El Presidente parece creer que mediante este proyecto, al que llama "educ.ar" la educación de los niños y jóvenes argentinos mejorará dramáticamente.

    Creo que se equivoca. Las computadoras, el internet, los e-mail, etc. no son más que instrumentos ciegos y tontos, por más que debidamente manejados puedan ser de gran utilidad para comunicar el propio pensamiento.

    Lo que está en crisis, sin embargo, no son los instrumentos sino los pensamientos. El contenido de la educación es el problema, no la forma de transmitirlo.

    Heroicos maestros suplen con su propia cultura, su sentido común y su amor a los educandos, lo que le falta a (o está totalmente demás en) los programas oficiales y de los centros de enseñanza particular. Gracias a ellos, las escuelas primarias sobre todo, siguen siendo centros de educación elemental de gran importancia para formar al pueblo argentino, aunque es enorme lo que les falta todavía.

    ¿En qué mejorará todo esto proveyendo computadoras y acceso a "internet" a todas las escuelas? O, pero aún, ¿en qué mejorará darle a cada alumno una computadora?

    Lo primero que ocurrirá será que el maestro perderá contacto con los alumnos. Éstos se la pasarán prendidos a la pantalla intentando tonteras y recibiendo más tonteras aún por intermedio de ella.

    Luego, los propios alumnos sufrirán un descenso en su capacidad de pensar, ya que una cosa es oir    una clases, hacer preguntas al maestro y hacer ejercicios de puño y letra, según los procesos mental es de cada uno, y otra muy distinta recibir información enlatada de centros anónimos, llena de datos, de cuadros y diagramas, que vaya a saber uno como se deben entender, sin posibilidad de hacer preguntas personales y de recibir respuestas de un maestro de carne y hueso que adapta su respuesta a la comprensión del auditorio y despliega una infinita paciencia que la máquina no tiene. Y todo eso, siguiendo un programa estúpido que tiene un a lógica arbitraria que de repente borra toda o se niega a seguir a la etapa siguiente del proceso o no realiza la comunicación deseada o no encuentra acceso a la "página" deseada o tarda una barbaridad en dar noticias de lo que uno le pide o qué sé yo cuántas otras contingencias desagradables, imprevistas e irreparables que nada tienen que ver con la lógica humana.

    Para ilustrar esto que digo le contaré, estimado lector, lo que fué mi pequeña odisea del lunes 22 de Enero con el número 78 de "La botella al mar", sobre el cambio de presidente en los EEUU.

    Escribí una primera versión y cuando había terminado y me disponía a corregir los errores, todo el texto se borró súbitamente, sin que yo hubiera tocado tecla alguna del monstruo ciego. No hubo manera de recuperarlo.

    Sufrí una intensa indignación acompañada de un gran desaliento. Estuve tentado de considerarme relevado de escribir el artículo de ese fecha. Ya había hecho todo lo posible. Además, no tenía notas sobre las ideas que había desarrollado.

    Pero recordé a los numerosos lectores que tiene diariamente esta "Botella" y decidí rehacerlo, pero en otro lugar y con otra máquina.

    Así lo hice. Iba grabando casi cada frase a medida que la escribía, pero me llamó la atención que la máquina, cada vez que yo grababa, sacaba todo el texto de la pantalla y debía ser convocado mediante un teclazo "X". A cada paso consultaba a los asistentes que había en el lugar, para no errar.

    Cuando iba por la mitad, comprobé con horror que al indicado teclazo no produjo el texto en la pantalla: había desaparecido. Fueron inútiles los esfuerzos realizados para encontrarlo en los electrónicos recovecos del monstruo.

    Por suerte, mientras almorzaba, había escrito el artículo a mano (¡oh excelencia de lo primitivo!) hasta la mitad y pude recopilarlo, debiendo lamentar apenas la pérdida de tiempo que este nuevo inconveniente implicaba.

    Terminé el artículo y lo quise mandar por "e-mail" al centro de edición informática que utiliza "La botella al mar". Pero a pesar de que la pantalla indicaba, estúpidamente, que el mensaje había salido, verifiqué de viva voz, por teléfono (¡oh los viejos inventos, tan útiles!) que no había llegado a destino. Me dijeron los asistentes que siempre había alguna demora. Ya eran las 5 y media de la tarde. Esperé media hora, nueva llamada e igual noticia: el e-mail no aparecía. A las siete y pico de la tarde la oficina del centro de informática había cerrado y no pude tener nuevas noticias.

    Volví al "cyber-café" y "entré" en "La botella al mar" comprobando que no estaba el artículo del día. Sólo al día siguiente, cuando reabrieron la oficina del destinatario en cuestión y a través de otro canal de comunicación pude mandar el artículo siendo las 9 y media de la mañana del día siguiente.

    ¿Y esto es la maravilla informática? No se imaginan las "canas verdes" que le salen a uno con este "metier" de periodista de internet. ¡Qué le vamos a hacer! Es esto o nada, porque si voy a esperar que los grandes diarios le den cabida a los artículos que trabajosamente le llegan a Ud. por medio de "La botella al mar", sería una larga espera. No en vano dice el refrán español: "Largo como esperanza de pobre".

    ¡¿Asi que "educ.ar"!? Quiero ver qué es eso y en qué puede mejorar la enseñanza tradicional y cómo se sortearon los obstáculos del estilo de éste que acabo de relatarles. Para colmo de males, a De la Rúa no se le ocurrió nada mejor que insertar a Cavallo (sí, Cavallo, el del negocio IBM-Banco Nación e IBM-DGI, el ex-ministro de Menem) en el Directorio de la nueva empresa que se ocupará del programa en cuestión. Es claro que esto lo hizo por motivos políticos, de intereses partidarios del gobierno y no porque sea educativo. Pero así vamos mal, porque la educación resulta ser apenas un instrumento para hacer política y no para formar a los niños argentinos. Y asi no puede ser. Sólo puede salir un engendro.

    Imagínese, estimado lector, cómo puede ser el fruto de la siguiente ecuación: intereses políticos del gobierno+intereses económicos de un misterioso donante+Cavallo, sus prepotencias y sus obscuros procedimientos ministeriales. Propongo cambiarle el nombre: en vez de "educ.ar", desígneselo "escap.ar".

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