La única voz que falta

Cosme Beccar Varela
LBM #82
26/1/2001


Con el título "Soluciones posibles para los deficit del país", "La Nación" invita a sus lectores (25/1/2001) a escribir sus ideas en 20 líneas y enviarlas al diario.

    La invitación está contenida en un artículo de Germán Sopeña que tiene aproximadamente 276 líneas y empieza en la primera página. Allí se adelanta la opinión del diario sobre esos "deficit del país". Digo que es la opinión del diario, y no meramente de Sopeña, porque "La Nación" jamás abriría una tribuna como ésta y con tal destaque, con un artículo que no expresara la opinión de los dueños del diario.

    Respondo a la invitación, pero no enviando 20 líneas inspiradas en el pensamiento liminar expresado por Sopeña, sino por medio de esta modesta "Botella" y para señalar omisiones y errores del articulista que tornan su opinión falaciosa.

    Dice Sopeña que los males argentinos se originan, fundamentalmente, en la intolerancia con las ideas del prójimo y que "la historia de la democracia en la Argentina es la historia del avance o el retroceso de la tolerancia en la política según los momentos en la agitada vida institucional del país."

    Esta opinión de Sopeña sería correcta si hubiera aclarado que las grandes víctimas de la intolerancia en la Argentina han sido, desde 1810, quienes adherían al pensamiento católico y a las tradiciones de la cultura hispánica, o simplemente, las personas independientes que rehusaban someterse a las imposiciones del pensamiento oficial. También sufrieron persecuciones los enemigos políticos del régimen imperante en cada momento, pero no tanto por intolerancia de sus ideas, sino por rivalidades de poder.

    Le faltó también aclarar a Sopeña que la intolerancia ha sido siempre la obra de quienes ocupan el poder, cualesquiera que éstos sean, incluyendo el poder de decidir qué se publica y qué no se publica.

    Es claro que es a esa intolerancia a la que se refiere Sopeña, porque está tratando de los males del país. Secundariamente, se podría acusar de intolerante a una persona que de tal manera aborrece las ideas de otro, que ni siquiera quisiera discutirlas y que ignorara y descalificara a ese otro como inaceptable para la simple convivencia.

    Pero principalmente se trata de la intolerancia desde el poder la que mueve al articulista a realizar sus contundentes afirmaciones.

    Ahora bien, quienes han tenido poder en la Argentina han sido los liberales, más o menos socializantes (1810-1829; 1852-1943; 1956-1966 y 1983 hasta la fecha) y los autócratas demagogos, basados en el apoyo popular o en las armas, pero sin renegar del liberalismo (1830-1852; 1943-1955 y 1966-1983).

    Nunca tuvieron el poder los católicos tradicionalistas a los que, sin embargo, en el folklore liberal, siempre se presenta como paradigmáticamente intolerantes.

    Algo de eso insinúa Sopeña cuando dice, al pasar y con insidia: "la sociedad parece haber construido una suerte de blindaje cultural, para usar una expresión de moda, en defensa de la tolerancia, salvo en muy pequeños grupos que ni la valoran ni la practican."

    ¿Quienes son esos grupos y por qué son pequeños? Puede pensarse que se refiere a aquellos grupos que no comulgan con el "establishment" y son pequeños, precisamente, por la intolerancia feroz que se practica respecto de ellos, rodeándolos de una campana de silencio y de una constante política de exclusión que les impide crecer como sería natural, dada la forma de pensar que tiene la gran mayoría de nuestros pueblo.

    ¿Y por qué ha sido eso? Por la tenaz intolerancia de los liberales, socializantes radicales y autócratas frente a ellos. Nunca se admitió ni siquiera su proximidad al poder, ni al político, ni a ningún otro.

    Es decir, los grandes discriminados, los grandes perseguidos han sido los católicos y los defensores del sentido común tradicional.

    Y los grandes perseguidores, hasta el extremo de cometer gravísimas injusticias y hasta crímenes, han sido los dueños del poder, hayan sido o no electos por votación. Parecería que la democracia excluye intolerantemente toda forma de pensamiento que no coincida con la filosofía agnóstica y relativista en que se basan las dirigencias de los tres sistemas de poder que han regido el país hasta la fecha.

    Sin embargo, el país se beneficiaría extraordinariamente si se abriera un diálogo y un debate de ideas en el que los católicos y las personas de sentido común que no adhieren a los dogmas dominantes del Pensamiento único (ver "Constitución Sincera de la Nación Argentina", Botella Nro. 18) tuvieran amplia oportunidad de participación y amplio acceso a la atención del pueblo argentino.

    Sopeña dice que la democracia en la Argentina está defendida firmemente por "la gran mayoría de los ciudadanos" y que eso representa "un progreso profundo". Lo malo, según el articulista, es que los dirigentes políticos tienen la costumbre de "perderse en debates que mucho tienen que ver con la intolerancia hacia las ideas".

    ¿Por que ese horror al debate de ideas? ¿Cómo podrían encontrarse las "opciones correctas" que pide Sopeña si no se debaten las ideas? ¿Qué es una "opción correcta" sino una idea verdadera?

    Ocurre que Sopeña escribe a partir del Pensamiento único nacional y para él, las ideas no tienen importancia, porque la verdad no sería más que una mera probabilidad que resulta elegible por razones puramente pragmáticas.

    En fin, el mayor deficit del país es precisamente el que refleja Sopeña en su artículo pero no define: la intolerancia de los cultores del Pensamiento único, dueños de todos los poderes, para con aquellos que disienten de esa teoría.

    Y eso de que "la gran mayoría de los ciudadanos" defiende a la democracia, es verdad, excepto que lo que rige en la Argentina no es una democracia: es una oligarquía de políticos inamovibles que se turnan para tiranizar y esquilmar a los argentinos. La democracia jamás se ha practicado entre nosotros ni hay posibilidad próxima de que lo sea. Porque a las oligarquías de los partidos dominantes sólo las han reemplazado, temporariamente, otras oligarquías militares que, después de un tiempo, han restituido el poder a los oligarquías partidistas dominantes.

    Libertad de elegir y de ser elegido; libertad de opinión pública (no apenas la libertad de opinar en su casa, a la hora de comer); imparcialidad frente a los candidatos; respeto de las minorías; exigencia de idoneidad a todo postulante político (art. 16 de la Constitución Nacional), esto, no ha habido nunca. Y sin esto, la democracia no existe.

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