2031 (II)

Cosme Beccar Varela
LBM #116
15/3/2001



CAPITULO II


Aquel edificio del antiguo Barrio Norte de Urna, que otrora fuera el más "chic" de la ciudad, se notaba que había sido construido con buen gusto y materiales de calidad. Pero ahora estaba en malas condiciones.


La mayor parte de los ocupantes de los departamentos eran gente mayor, empobrecida, jubilados en perpetua penuria, o que nunca pudieron conseguir su jubilación y vivían de sus ahorros decrecientes, ayudados por sus hijos; los que podían hacer algo, buscaban pequeñas "changas", para agregar algunos pesos a sus magros recursos.


No había portero y los vecinos se turnaban para atender los servicios comunes, o sea, limpiar la entrada y los pasillos, porque la calefacción central hacía rato que no funcionaba y los ascensores tampoco.


Los veteranos habitantes subían las escaleras resoplando. El edificio tenía 5 pisos y había un convenio entre los que ocupaban los pisos más altos con los de los pisos más bajos para que éstos les permitieran hacer escalas cuando tenían que llevar paquetes o cuando se veían obligados a salir más de una vez en el día de su casa.


La gente rica ya no vivía en ese barrio. En realidad, los ricos que había en Platafácil eran pocos, sus fortunas eran inmensas y ninguna persona del vulgo sabía adónde vivían.


Ni siquiera se sabía si vivían en el país o en algún lugar del exterior o si variaban su domicilio, según la temporada. Tenían casas en "countries" cerrados a los que se trasladaban en veloces helicópteros porque las autopistas eran poco seguras. Tenían casas en playas de moda en un país vecino en las que solían pasar largas vacaciones. Y departamentos en algunas capitales del "primer mundo" donde hacían largas estadías para alternar con los millonarios de los países "centrales".


Formaban una comunidad cerrada e inaccesible. Un ricazo de esos sólo hablaba con otro ricazo del mismo nivel o con un político importante de los partidos establecidos, o con los diplomáticos de alguna de las naciones del "primer mundo" o con los grandes funcionarios de las Delegaciones Permanentes de los organismos internacionales que dirigían al gobierno nacional.


Poco después de la Gran Crisis de los años 2001 al 2003, los partidos Pochista y Cívico habían firmado un Compromiso Histórico una de cuyas cláusulas reconocía la inviabilidad de un gobierno nacional soberano y se había establecido que todas las decisiones importantes serían tomadas por los Organismos Internacionales.


Estos Organismos habían aceptado la entrega de poderes e instalaron Delegaciones Permanentes en Urna. Sin su aprobación previa, ninguna ley, decreto, o resolución ministerial tendría valor jurídico.


En el primer piso de la casa del Barrio Norte que mencioné al principio, vivía un viejo periodista independiente, Constantino Vélez, a quién le llamaban el "Jabalí".


Tenía 70 años y desde los 20 escribía artículos sobre filosofía, política, cultura y actualidad. Cuando ocurrió la gran crisis del 2001, tenía 40 años. Era soltero (nunca se casó, dicen que por fidelidad a un amor imposible) y trabajaba como corredor de seguros, lo que le daba lo suficiente para vivir, sostener un semanario de cuatro páginas que se llamaba "El Despertador" y hacer algunos pequeños ahorros.


Pertenecía a una de las familias más antiguas del país. Algunos de sus parientes tenían un buen pasar, sin ser ricos, y hasta la Gran Crisis, llevaban una intensa vida social.


El "Jabalí" tenía una tía, Carmen Vélez, solterona y con algunos bienes, que admiraba mucho su patriotismo y como le veía tan poco hábil en eso de ganarse la vida, decidió hacer testamento a favor suyo y dejarle su patrimonio, para que pudiera mantenerse y continuar su obra intelectual y política.


La tía Carmen murió y el "Jabalí" resultó propietario del departamento en que vivía y de otros dos inmuebles que vendió enseguida formando un fondo del cual tomaba lo necesario para vivir y seguir con sus actividades periodísticas.


Los otros sobrinos, apenas se conoció el testamento que favorecía al "Jabalí", le retiraron el saludo e insultaron la memoria de la generosa parienta. Y eso que en el testamento, la pobre señora, previendo la indignación de los otros, explicaba con prolijidad y hasta pidiendo disculpas, las razones que tenía para favorecer al "Jabalí".


Ninguno de los otros sobrinos había demostrado jamás el menor interés por los problemas del país, y eso que la Gran Crisis se estuvo anunciando con síntomas inequívocos durante muchos años.


Si las personas como ellos se hubieran movilizado a tiempo, si hubieran tenido un mínimo de diligencia, generosidad y coraje, podrían haberse evitado las desgracias que después siguieron con inexorable lógica.


Pero no hicieron nada. Esa gente se divertía todo lo que podía. Al "Jabalí" lo trataban como a un loco y no le hacían ni el mas mínimo caso. Apenas lo soportaban en las reuniones de familia.


Los dirigentes políticos y empresarios enriquecidos en la década del 90 habían resuelto, poco después de la Gran Crisis, cambiar el nombre del país. Le pusieron "Platafácil" aludiendo a la facilidad con que se habían hecho ricos a través del cohecho y la malversación de fondos públicos, y sugiriendo a los inversores que quisieran poner aquí sus capitales, que ganarían plata fácilmente.


Mientras se tramitaba la reforma constitucional para hacer el cambio, el "Jabalí" escribía artículos incendiarios vituperando a los autores de la iniciativa, recordando las tradiciones de la patria, lo ridículo del nombre elegido, las glorias ganadas bajo el nombre anterior del país, incitando a resistir la intentona; repartía personalmente su semanario por las calles céntricas, se paraba en las esquinas a hacer discursos ante un público escaso y somnoliento... en fin ¡qué no hizo el "Jabalí" en esos tiempos!


Sostenía que el cambio de nombre del país, además de ser un grave insulto por sí mismo a toda la ciudadanía y a él en forma muy especial, era repudiable por su simbolismo, porque implicaba una ruptura con las tradiciones nacionales, un abandono de toda civilización y cultura, para enarbolar una bandera con el signo $ absolutamente despreciable.


Junto con el cambio de nombre del país, se cambió el nombre de la capital. Los dirigentes de los dos partidos institucionalizados, asesorados por un experto en psicología social, resolvieron adoptar el nombre "Urna" por contener una insinuación pro-democrática subliminal. El antiguo y prestigioso nombre de la ciudad fué abandonado sin que nadie protestara...excepto el "Jabalí".


Pues bien, el día en que se aprobó el cambio de nombres, el "Jabalí" tuvo tal ataque de indignación que cayó fulminado por una congestión general de la que se recuperó milagrosamente.


Su tía Carmen lo cuidó como si fuera su madre -la que había muerto hacía unos años.


Muchas veces les decía a sus sobrinos que fueran a visitar al "Jabalí" pero estos se excusaban casi siempre. Y cuando alguno de ellos iba a hacerle una visita relámpago, el "Jabalí" se alteraba tanto al verificar la imbecilidad, el egoísmo y la falta de patriotismo de sus parientes, que era necesario darle un calmante. La tía Carmen dejó de proponer esas visitas, por recomendación médica y por afecto maternal.


Pero eso había ocurrido hacía cuarenta años. Las desgracias y derrotas tomadas con resignación cristiana, habían apaciguado mucho al "Jabalí" quien, sin embargo, no había perdido nada de su amor a los principios ni nada de su voluntad inquebrantable de resistir a la putrefacción nacional.


Ese Martes 4 de Enero del 2031, a las las 8 de la tarde hacía un calor sofocante. El "Jabalí" estaba en su escritorio que ocupaba casi todo el "living room" del amplio departamento. Las paredes estaban cubiertas de libros. La mesa de trabajo tapada de papeles, recortes, más libros, revistas, diarios y en medio de todo eso, una computadora con todos sus accesorios.


El "Jabalí" se había modernizado y tenía la última palabra en computadoras, estaba conectado a la red satelital más sofisticada y se manejaba con relativa agilidad en el arte de utilizar esos rebeldes instrumentos. Escribía con gran velocidad, aunque con muchos errores de teclado.


A pesar del aparente desorden que reinaba en aquel cuarto, el "Jabalí" sabía adonde estaban las cosas que necesitaba. Eso no impedía que cada tanto perdiera mucho tiempo buscando algo que no recordaba adonde estaba. No siempre la búsqueda terminaba exitosamente.


Tenía una cocinera-mucama, Alicia, hija de una antigua servidora de su tía Carmen, que le hacía la comida, le lavaba la ropa y le mantenía la casa limpia.


Pero el "Jabalí" no era feliz. Había visto decaer a su patria en forma inexorable desde que tenía memoria; cuando era más joven había tenido compañeros de trabajos patrióticos, pero estos fueron abandonando la lucha, sin motivo y sin explicación.


A medida que pasaban los años, el espíritu público se había deteriorado velozmente. Nadie se interesaba por los asuntos del país, menos aún por discutir ideas. Sus artículos caían en el mayor vacío. Mil veces estuvo tentado de "tirar la toalla". Pero había conseguido abroquelarse en sus certezas y en su amor a las tradiciones de la Patria, de las que ya muy pocos se acordaban y vivía enérgicamente de sus reservas morales.


Esa tarde estaba especialmente melancólico. Sonó el timbre. ¿Sería la policía? Había escrito un artículo atacando la complicidad policial cn el crimen organizado y no lo sorprendería que le hicieran una "visita".


No. Son tres jóvenes que quieren hablar con el Sr. Vélez. La mucama, que lo apreciaba, se alegró mucho, porque no le gustaba ver a su patrón estar sumido en la melancolía. Prefería verlo enojado.


- ¿Es esta la casa del Sr. Constantino Vélez? - preguntó Luis, que era uno de los recién llegados.


- Pasen, pasen - dijo Alicia -. Voy a avisarle al señor que Uds. quieren verlo.


Entró en el escritorio y anunció las visitas con entusiasmo. El "Jabalí" los recibió con afabilidad. Era muy simpático y sociable y tenía mucho sentido del humor, a pesar de su espíritu polémico.


- ¡Qué dicen, muchachos! Me da un gran gusto la visita de Uds. ¿Qué cuentan? - dijo el "Jabalí".


- Yo soy Luis Bravo, él es Alfredo Vargas y él es Daniel Crespo. Tenemos otros cinco amigos que hubieran querido estar aquí con nosotros, pero no les fue posible. Nos gustan mucho sus artículos de "El Despertador". Queríamos conocerlo y pedirle consejo.


El "Jabalí" observó atentamente a los tres muchachos. Había conocido a tantos como ellos que luego habían vendido su primogenitura por un plato de lentejas, que no se hacía muchas ilusiones. Pero se aprestó de todas maneras a ayudarlos en todo lo que pudiera.


- Hablen, muchachos - les dijo.


(Continuará)

Lo más leído...

Característica carta de rechazo a "La Botella al Mar" y contestación en defensa de ésta

El odio mal disimulado al catolicismo aparee en la prensa llamada "libre"

Teatro en el Senado como en el teatro: todos fingen y el país se hunde