"El pan era sabroso y el vino puro"

Cosme Beccar Varela 
LBM #181 
22/6/2001


 

A veces no entendemos un problema o no le encontramos la solución porque lo miramos desde un punto de vista equivocado.

 

Propongo mirar los problemas argentinos desde un punto de vista distinto al que habitualmente se usa que es el de un modelo de país desarrollado, rico, moderno, "del primer mundo", como les gustaba decir a los que aplaudían las reformas de Menem.

 

Es difícil cambiar ese punto de vista sin correr el riesgo de ser acusado de "retrógrado", "anquilosado", "miserabilista" y otras lindezas por el estilo.

 

Pero no importa. Esta "Botella" no se propone halagar a nadie ni menos aún hacer demagogia con los "primermundistas", sino buscar la verdad y el bien en los asuntos políticos y culturales y, a partir de las verdades conocidas, avanzar hacia las desconocidas mediante un intercambio de ideas con quienes quieran participar de él poniendo en común un esfuerzo intelectual honesto.

 

Esta es la única manera de empezar a servir el bien de todos los argentinos.

 

Creo que una de las causas principales de las angustias del hombre moderno y de las neurosis, que algunas veces pueden llevar hasta el suicidio de una persona o de una sociedad, es aspirar a metas equivocadas.

 

Una meta humana o social puede ser equivocada o porque se busca algo malo, pensando que es un bien, o porque se quiere un bien que es inalcanzable.

 

Si a alguien le gusta cantar y se imagina que el ideal de su vida es ser un tenor como Caruso, cuando apenas consigue cantar buenamente "La cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar...", es muy probable que termine considerándose un frustrado y que se sienta muy desgraciado ya que, obviamente, nunca llegará a ser un gran tenor. Ese hombre se ha propuesto una meta buena, pero inalcanzable para él.

 

Si a otra persona se le ocurre que el ideal de su vida es sacarse la lotería y gasta todo su sueldo, semana tras semana, comprando billetes sin ganar nunca "el gordo", se sentirá cada vez más frustrado, descuidará su trabajo y no progresará nunca en lo que hace, porque sus esperanzas están puestas en una meta absurda y falsa: sacarse la lotería no puede ser nunca el objetivo en la vida de un hombre serio. Y todos estamos obligados a ser serios. El absurdo está próximo al no-ser.

 

¿Qué quieren ser los argentinos y qué consiguen ser?

 

Menem y toda la banda de políticos, economistas, empresarios, periodistas y opinadores que protagonizaron la "década infame" de los 90, nos hicieron creer que el ideal argentino era llegar a ser como los EEUU, que nuestra moneda debía ser igual que el dólar, que nuestros gustos debían ser moldeados por lo que se consume en ese país del Norte y que todo eso debía conseguirse a cualquier precio.

 

Como contrapartida, se nos hizo creer que si no se alcanzaban esos "standards", seríamos atrasados e infelices.

 

Ahora bien: como eso no se podía conseguir con la rapidez que la ansiedad de tenerlo exigía, se recurrió al endeudamiento enloquecido y se cambiaron bienes que eran nuestros por bienes artificialmente adquiridos, que nos hicieron vivir la ficción de que eramos del "primer mundo". Y encima, perdimos en el cambio, porque lo que dimos era mejor que lo que nos dieron.

 

Fuimos como el hijo de una familia de recursos modestos que se queda huérfano y hereda de sus padres un pequeño patrimonio. Con ese dinero y esos bienes, podría trabajar y aumentar su fortuna ordenada y paulatinamente.

 

Pero tiene amigos que son muy ricos y llevan una vida de lujo. Este huérfano, encandilado por esa vida, resuelve dilapidar su herencia para ponerse a la par de los otros.

 

Y lo consigue por un cierto tiempo. Pero el patrimonio se acaba y el artificio perece. No teniendo recursos genuinos generados por él mismo que le permitan sostener aquel tren de vida, decae, debe abandonar la sociedad de sus amigos y, al final, no es ni lo que debería ser ni lo que soñó ser.

 

Esta es nuestra situación actual. De nada sirve romperse la cabeza pensando cómo vamos a hacer para mantenernos "en el primer mundo", entendido como lo entienden los "primermundistas", o sea, desde un punto de vista material. No podremos nunca hacerlo, por muchas razones, entre otras, porque no tenemos la potencia militar, ni los recursos financieros, ni la industria, ni la seriedad administrativa de esos países.

 

Podríamos tener todo eso con el tiempo, si trabajamos firmemente y con perseverancia y si tuviéramos una verdadera clase dirigente, que, obviamente, no es esta "dirigencia" (la que calificó Duhalde).

 

Pero no tendremos nunca una buena clase dirigente si creemos que esos dirigentes sólo serán buenos si son capaces de llevarnos rápidamente, con la velocidad que nuestras veleidades "primermunidstas" exigen, a un estado de felicidad yanquiforme.

 

Ninguna clase dirigente buena lo sería si nos propusiera y nos prometiera semejante disparate.

 

El drama es que mientras los argentinos creamos que nuestra meta es esa, sólo aceptaremos como dirigentes válidos a los que propongan y prometan eso, aunque sea evidente que nos mienten, como lo hace la actual "dirigencia".

 

Pero los verdaderos patriotas, los que realmente quieren el bien de los argentinos, son suficientemente honestos como para no proponer ni prometer tal cosa.

 

Por eso, mientras los argentinos no cambiemos ese punto de vista que nos lleva a aspirar a una meta absurda, esta "dirigencia" seguirá mandando (no gobernando). Ellos no tienen inconveniente en mentir a todos todo el tiempo. Ellos saben que el pueblo no alcanzará nunca esa meta ridícula.

 

Ellos sí pueden porque se han hecho ricos, inmensamente ricos y tiene cómo costearse indefinidamente los placeres del primer mundo. Asi que el esquema político a partir de ese falso punto de vista les satisface enteramente.

 

Los que serían verdaderos dirigentes, serios, laboriosos y honestos, no pueden competir con estos farsantes en el terreno del fraude y de las promesas engañosas. En el actual estado de la psicología social argentina, no pueden conseguir nunca el apoyo del pueblo.

 

Sería deseable que, por lo menos, pudieran tener el apoyo de quienes se tomen el trabajo de pensar, de reconocer el error de estas metas fantasiosas y decidan cambiar su punto de vista.

 

¿Cual sería ese nuevo punto de vista?

 

Brevemente diría que es aspirar a una civilización que prefiera la calidad de vida a la modernidad y cantidad de las cosas que se usan para la vida.

 

De ahi se deducen una serie de conclusiones y un nuevo perfil de argentino, más frugal, más sereno, más pensante, más ordenado y trabajador y hasta más paciente para renunciar a lo que no puede tener y para esperar tenerlo cuando se lo gane en el curso natural de su trabajo.

 

Y resultaría también un nuevo perfil de sociedad, más tradicional, más familiar, más conversadora, más bondadosa, más atenta a lo que puede cada uno hacer por el otro y a lo que no debe hacer para no perjudicar a otro.

 

Ni le cuento las consecuencias que todo eso tendría para nuestra política, para la economía, para la educación, etc.. Sería un giro en redondo y las soluciones para los problemas que hoy nos agobian brotarían como de una fuente milagrosa...

 

Como tengo fama de tradicionalista (y lo soy, gracias a Dios) recurro a la autoridad de un escritor insospechado de esa tendencia, Roberto Arlt, para probar la felicidad que puede darse en el cambio del punto de vista.

 

En una de sus "Aguafuertes porteñas" escribió:

 

"¿Para qué sirve el progreso? Me tienen ya seco con la cuestión del progreso. Cuanto papanata encuentro por ahí, en cuanto comienzo a rezongar de que la vida es imposible en esta ciudad, me contesta:

 

"-Es que Ud. no se da cuenta de que progresamos.

 

"Y acto seguido me endilga un discurso sobre el Progreso y la Civilización, que hubiera estado muy bien en tiempos de Juan Jacobo Rousseau, pero que hoy no convence a nadie. Y si no, Uds. verán.

 

"...De veinte años a esta parte (Nota: el Autor escribía en la década del 30) hemos progresado bestialmente. En todos los órdenes. Antes, una familia no necesitaba de alto jornal. Una casita de tres o cuatro piezas se alquilaba en cuarenta pesos; una pieza, en doce y quince pesos; pero la mayoría de los habitantes de esta bendita ciudad vivían en casas holgadas, con fondo, jardín y parra.

 

"El progreso ha hecho que esa misma pieza, que pagabamos quince pesos, paguemos hoy cuarenta o cincuenta pesos; que la casa sea substituida por el departamento, y que el departamente sea un rincón oscuro, con una superficie inferior a la de un pañuelo y donde para decir una mala palabra sea necesario encender la luz, si no la palabra no se ve. Hemos progresado.

 

"Antes, una mediana familia tenía quinta con árboles, donde los chicos pudieran embarrarse a gusto, criarse sanos a más no poder. Hoy, los nuevos chicos tenemos un patiecito húmedo y oscuro, donde las ventoleras tienen tantas direcciones que lo menos que se pesca una criatura en un descuido es una "bronca" neumonía. Hemos progresado.

 

"El pan era sabroso, y el vino puro. Llegaba fin de año y el último bolichero le mandaba un canastón cargado de aguinaldos. El panadero, idem."

 

Y así sigue el aguafuerte de Arlt relatando lo que era la vida feliz de esta "bendita ciudad" y cómo había empeorado hacia los años 30, siendo que la vida en esos años era Jauja comparada con la que llevamos nosotros ahora.

 

Propongo a los lectores de esta "Botella" que hagamos un ejercicio personal para cambiar nuestro punto de vista. Estoy convencido que conseguiríamos prevenir angustias y neurosis y, también, ser mucho más despejados para analizar y resolver los problemas y más generosos en nuestros empeños políticos.

 

Sólo así seremos capaces de dar origen a una nueva clase dirigente.

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