La fe de los banqueros en el Buda de la City

Cosme Beccar Varela 
LBM #184 
27/6/2001




 

Se llama "fe del carbonero" a la fe del hombre simple y sencillo, sin muchas letras ni luces. Esta fe es admirable porque es fruto de la confianza del hombre simple en Dios cuya gracia lo guía para no errar en aquello que cree. Si el carbonero pone su fé en Dios y en su Santa Iglesia, todo va bien.

 

Pero la "fe del carbonero" corre peligro de caer en la credulidad, que es un pecado contra la fe y consiste en prestar oídos a cualquier charlatán. Por eso, ni aún el carbonero está relevado de la obligación de aprender lo más que pueda de la doctrina católica, es decir, de tener una fe tan formada como le sea posible. Como mínimo debe saber el catecismo de las primeras nociones.

 

¿Cómo diríamos que es la fe del banquero? Pensaríamos que el banquero, que tiene medios de fortuna no despreciables a su disposición y, por lo tanto, la posibilidad de aprender y de formarse en profundidad, ha de tener una fé robusta, enraizada en la doctrina, rica en reflexiones y en conclusiones, capaz de sostenerse contra cualquier seducción herética y suficientemente alerta como para recurrir a los Doctores que tiene la Iglesia a fin de recibir explicaciones en los casos en que su formación no fuera suficiente para resolver algún asunto.

 

¿Y en quién se espera que deposite el banquero su fé sino en el Ser Supremo? Es poco probable que el banquero, hombre práctico y ducho en discernir engaños, habrá de dejarse embaucar por un ídolo cualquiera.

 

Todo esto es muy lindo en teoría. Pero en la realidad y en esta Argentina de nuestros pecados, las cosas parece que son muy distintas.

 

Hubo esta semana una reunión de banqueros organizada por la Asociación de Bancos de la Argentina (ABA) en el Hotel Hilton. "Everyone that should be there, was there", se diría parafraseando el verso del musical "My fair lady" en que se celebra la concurrencia "chic" al Derby inglés.

 

Estos señores, prácticos y concretos, sin embargo, admitieron con una fe menos que de carbonero, que se dijeran cosas tan absurdas que ni un carbonero las hubiera aceptado.

 

Podrán decirme que no necesariamente las creyeron. Concedo. Pero lo que estoy diciendo es que si algunos charlatanes se atrevieron a presentar un ídolo a la adoración de los banqueros es porque percibieron que los banqueros estaban inclinados a creerles. Y no me parece que alguien me pueda jurar que una gran parte de la concurrencia no les creyó a los charlatanes. De hecho, esos banqueros presentan síntomas inequívocos de adorar al ídolo que los charlatanes predicaron, una especie de Buda gordo de la City, con una credulidad pueril y desprevenida.

 

Dos ejemplos, apenas, de los disparates exaltatarios que se dijeron, admitieron y creyeron en la copetuda reunión de la ABA.

 

"'Me siento Salieri'. Un alto integrante del equipo económico de Domingo Cavallo explicaba con esta frase lo que está viviendo actualmente ante la 'hiperactividad' del ministro. La comparación con el músico que opacaba Mozart viene por el lado de que fué uno de los encargados de preparar sólo un parte de las medidas que lanzó el ministro hace dos viernes y que su primer boceto 'no cerraba por ningún lado', luego de tres días de estudios. Aparentemente Cavallo tomó el borrador y en menos de media hora le dió forma de decreto de aplicación inmediata". ("Ambito Financiero", 26/6/2001)

 

"¡Oh!", habrán exclamado los oyentes de este apóstol del Buda de la City -pues los despiertos lectores de "La botella al mar" ya habrán percibido que Cavallo y no otro es ese Buda-, "¡admirable!", "¡maravilloso!", "¡no hay otro como él!".

 

Y los corrillos de adoradores repetían luego el relato del hecho, comentando que nadie es capaz de hacer lo que él hace: "Es extraordinario. Y vea que el que estuvo tres días haciendo garabatos no es ningún tonto. Pero EL es genial, un superdotado. Es un profeta de la economía. Ve lo que nadie ve. ¡Oh!"

 

La cosa culminó cuando los banqueros fueron favorecidos por una aparición del propio Buda, no se sabe si en carne y hueso o a través de un fenómeno de bilocación, porque había quienes sostenían que en esos momentos también estaba en Wall Street y en Londres.

 

La aparición, entonces, pronunció las siguientes sentencias:

 

"El peso argentino será más confiable que el dólar y el euro". "Tenemos el mejor régimen monetario que pueda existir en el mundo". (apud "Ambito Financiero", 26/6/2001, pag. 6).

 

Al oir estas sentencias hubo banqueros que entraron en trance, otros que tuvieron pequeñas levitaciones en sus respectivas sillas.

 

A muchos ya les parecía verse, en sus numerosos viajes por el mundo, perseguidos por financistas del primer mundo rogándoles que por favor les cambiaran algunos dorados pesos por sus miserables dólares o euros; y que ellos los atendían con deferencia, pero sin aflojar, seguros de ser los operadores de la moneda más confiable del mundo.

 

Cavallo, además de mostrar sus dotes proféticas en la primer sentencia, mostró su omnisciencia de lo existente y de lo posible en su segunda sentencia, pues afirmó, con la seguridad absoluta que sólo da una iluminación de lo alto, que nunca de los nuncas existió ni puede existir jamás, por más que pasen millones de años y que la ciencia progrese hasta alturas inconmensurables, un régimen monetario mejor que el que a él se le ocurrió en media hora, con una mirada de águila posada sobre los borradores de un colaborador confundido, pero fiel.

 

No consta en las noticias del 26 de Junio, ni en las de hoy 27 de Junio, que los banqueros hayan rechazado indignados la ofensa a sus respectivas inteligencias que estas dos locuciones significaban. Ni consta que Cavallo haya caído en un inmediato desprestigio por esa causa.

 

Y si eso no ocurrió (y es lo único que podía ocurrir, dada la enormidad del dislate), es porque esos señores tienen, o se puede sopechar que tienen, una fé de banquero en el Buda de la City.

 

El carbonero que cree en el Dios verdadero con su sencilla fe de carbonero, es mucho, pero muchísimo más sabio que ellos. Sólo que, para nuestra desgracia, el carbonero tiene muchísima menos plata y muchísimo menos poder que esos señores. Y así nos va.


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