Si vis pacem, para bellum

Cosme Beccar Varela 
LBM #180 
21/6/2001




"Doce horas de violencia: nueve muertos en tiroteos". Este es el título de la noticia aparecida en un diario esta mañana ("Ambito Financiero", 21/6/2001). Según puede verse en el texto, los muertos son en realidad once, de los cuales tres son policías y ocho son delincuentes.

 

El 17/6/2001 el Sr. Mariano F. de la Torre publicó en "cartas de lectores" de "La Nación" un informe más que alarmante. Vale la pena transcribirlo casi en su totalidad.

 

"El 5 del actual (junio del 2001), siendo aproximadamente las 19,20 hs. circulaba con mi auto por la vía rápida Facundo Quiroga, desde la Avda. Callao hasta Austria (Nota: la que pasa por detrás de la Facultad de Derecho). A mitad de camino y dado que el semáforo de Figueroa Alcorta se encontraba en rojo, se produjo un embotellamiento que obligó a detener la marcha a todos los vehículos que circulaban por esa vía. El lugar está mal iluminado y no tiene ninguna vigilancia no obstante la proximidad de la Villa 31. En esos momentos observé sobre mi derecha, o sea del lado de las vías del ferrocarril Mitre, UNA BANDA DE APROXIMADAMENTE SEIS PERSONAS ESGRIMIENDO ARMAS DE FUEGO QUE SE ABALANZO SOBRE LOS AUTOMOVILISTAS. El desconcierto fue total, algunos salían de sus autos con las manos en alto, colocando sus pertenencias sobre los techos de los vehículos para no ser golpeados, otro cerró su auto y salió corriendo hacia Figueroa Alcorta, otros tocaban bocina y yo logré subir mi automóvil sobre la vereda derecha y

avanzar hacia la Avenida, evitando de este modo ser asaltado. El semáforo continuaba en rojo".

 

El Sr. de la Torre concluye explicando que denunció el hecho en la Comisaría 19na. y que la policía ya sabía por un aviso recibido a través de un teléfono celular, pero que llegaron tarde cuando los ladrones ya se habían retirado.

 

El 12 de Junio del 2001, Marcelo Moreno, de la redacción de "Clarín" publica un artículo en la página central de ese diario (pag. 21) a propósito del asesinato de su amigo Ricardo Bonaventura en un asalto, y dice:

 

"Hoy los que habitamos Capital y el conurbano vivimos alertas. Porque andar en un coche importado es peligroso. Pero también ir en cualquier auto es peligroso. Y subirse a un taxi es peligroso. Y vivir en una casa es peligroso. Y andar con plata encima es peligroso. Pero también llevar muy poca plata es peligroso, porque te matan de bronca. Y llevar una tarjeta de cajero es peligroso. Y llevar una tarjeta de crédito es peligroso. Y tener un comercio es peligroso. Y estar en una farmacia es peligroso. Y estar en un restaurant es peligroso. E ir a un supermercadito de barrio es peligroso. Y entrar el coche al garage es peligroso. Y entrar o salir de una casa o un departamento es peligroso. Y parar en un semáforo de noche es peligroso. Vivir se ha convertido en una sofisticada estrategia para sobrevivir. Porque algo muy fuerte -y muy feo- pasó en el medio y la vida sale muy barata en Buenos Aires".

 

Todos los días la misma trágica cantinela, como el sorteo de la lotería nacional: " Un muerto en una asalto! Un policía asesinado! Asalto a una escribanía con rehenes! Asalto en un colectivo, lo matan por $20!"

 

Y son miles, literalmente miles, los asaltos que no son denunciados porque la violencia armada de los delincuentes tiene éxito en paralizar a sus víctimas para robarlas y la impotencia policial comprobada hasta la saciedad por la población la paraliza para no hacer una denuncia que se sabe que es inútil.

 

Si no hay un muerto o un herido o si no le roban los documentos, el ciudadano no hace la denuncia. ¿Para qué perder el tiempo?

 

Y la cadencia fatal se repite y se repite y se repite. Los delincuentes se envalentonan y la gente se acobarda.

 

Me contaba un señor que a dos amigos suyos los asaltaron en un semáforo del camino de cintura. Dos hombres que aparentaban vender flores les mostraron un arma, se subieron al automóvil y les robaron todo lo que tenían. Se bajaron unas cuadras después en un lugar descampado. Podrían haberlos matado tranquilamente. Fueron a hacer la denuncia. El Oficial la toma y luego les pregunta: "Están dispuestos a venir a la Comisaría cada vez que los cite para reconocer sospechosos? Porque si no lo están, la denuncia es inútil."

 

Eso y decirles que se fueran y se dejaran de molestar era lo mismo. De hecho, eso fué lo que ocurrió: los dos amigos retiraron la denuncia.

 

A mí me pasó algo parecido. Hice una denuncia por un asalto cometido contra una persona de mi familia y el oficial que me la tomó, después de hacerme esperar un rato largo, me preguntó: "¿Para qué hace esta denuncia si no vamos a encontrar a los asaltantes?"

 

Huelga decir que me indigné y le reproché al oficial semejante advertencia que revelaba la indefensión de los ciudadanos, que para qué pagabamos impuestos si ni siquiera ese servicio elemental de seguridad personal podíamos recibir del Estado, etc. etc. Pero el oficial, sin imutarse, me amenazó que si no me callaba me metería preso por desacato a la autoridad. O sea, no encontraría a los ladrones pero al denunciante, pariente de la víctima, a él sí podía encarcelarlo sin dificultad y sin escrúpulos.

 

Esta serie de hechos, los primeros recientes y gravísimos, los segundos, más antiguos pero sintomáticos, nos plantean una alternativa de vida o muerte.

 

¿Debemos cerrar los ojos, esperar que la suerte nos proteja y no ser elegidos como víctimas por algún delincuente o debemos reconocer que la delincuencia actúa a sus anchas y que esta ola de asaltos y muerte irá in crescendo, a no ser que tomemos alguna medida eficaz para oponernos?

 

La segunda alternativa es de elección ineludible. La primera es la que seguimos hasta ahora, pero es suicida y muy poco caritativa (o muy poco "solidaria" como hoy se prefiere decir). Porque si no me toca a mí, es certísimo que le tocará a alguien. Ya se sabe que mañana morirán dos o tres o más personas, víctimas de un asalto y otros cientos serán amenazadas con armas y correrán peligro próximo de morir violentamente.

 

Los legisladores, después del atroz asesinato de dos policías a sangre fría en el barrio de Plaza Miserere, aprobaron rápidamente una ley aumentando las facultades de la policía para interrogar testigos en la calle y revisar sospechosos. Esto es algo pero es muy poca cosa.

 

El hombrecito de Bein, Ruckauf, tan ansioso de quedar bien como decidido a seguir siendo malo, propone reformas del Código Penal para agravar las penas por los delitos y suprimir garantías procesales.

 

Como toda propuesta inspirada por la demagogia y la falta de interés real en resolver el problema, es un disparate. Las penas ya son bastante severas y las garantías no pueden ser suprimidas porque todo procesado es inocente hasta que se pruebe lo contrario, sean o no sean efectivos los juzgados en la tarea de probarlo. Si se reducen esas garantías se corre el serio peligro de condenar inocentes, y eso sería peor que la impunidad de un culpable.

 

Y la policía no es la única garantía contra el delito porque, desgraciadamente, no todo lo que reluce es oro y también en la policía se cuecen habas... Hay héroes, de los cuales ya van 25 muertos sólo de la Policía Federal en lo que va del año, y hay de los otros. Y, por sobre todo, no dan abasto. Los delincuentes atacan donde quieren y cuando quieren. Es imposible tener todos los puntos del país bajo vigilancia al mismo tiempo.

 

No queda otra solución que la única no ensayada y que ha sido eficaz en otros países. O sea, establecer un amplio sistema de armamento de la población honesta, sana, entrenada y debidamente registrada. Como condición de eso, deberá dictarse una ley que otorgue a los civiles armados las mismas garantías que a los uniformados en caso de tener que actuar arma en mano.

 

Propuse un proyecto de esta ley en el nro. 114, del 13/3/2001 de este diario, al cual me remito.

 

Contra esta propuesta se levantan dos tipos de objeciones: uno, la de los que temen que la extensión del armamento pueda producir un aumento de la violencia y, el otro, la de los estatistas y socialistas que, sin decirlo, sostienen que el Estado y los hombres que trabajan a sueldo del Estado son siempre mejores que los particulares.

 

Con los segundos no vale la pena discutir este asunto en particular. Tenemos muchas diferencias con ellos, son dos filosofías contrapuestas y lo que está en discusión es mucho más profundo que esta mera cuestión de las armas.

 

En cuanto a los primeros, muchos de ellos tienen tan arraigada esa objeción, inducida por los segundos, que se les ha convertido en un prejuicio. Y es muy difícil discutir con un prejuicio.

 

Sin embargo, les daré algunos datos y algunos argumentos.

 

El Sr. Jorge Sáenz, ex-Secretario de Prensa del Registro Nacional de Armas (RENAR), en una carta de lectores en "La Nación" del 12/6/2001 refutando a uno de los estatistas (el estatista-liberal Mariano Grondona) dice:

 

"El RENAR extrajo de su Banco Nacional Informático que existen 700.000 legítimos usuarios, con dos millones de armas registradas y que sólo el 0,01% de ellos cometió infracciones administrativas o hechos de legítima defensa avalados por fallos judiciales.

 

"Por otra parte, la Dirección Nacional de Política Criminal reveló que solamente el 1% de las víctimas de asaltos con armas se encontraba armada durante el hecho".

 

Es decir, los números prueban que los que están armados legítimamente no son violentos.

 

En cambio, los delincuentes están todos armados y son todos violentos. Y sus víctimas están indefensas, porque sólo el 1% de ellas (que generalmente son policías) estaban armadas.

 

Un informe que me llegó de EEUU compara las siguientes estadísticas:

 

Número de médicos en los EEUU: 700,000.

Muertes accidentales causadas por médicos, por año: 120,000.

Muertes accidentales por cada médico: 0.171 (U.S. Dept. of Health & Human Services)

Número de propietarios de armas en los EEUU: 80,000,000.

Número de accidentes mortales causados por armas (todos los grupos de edades), por año: 1.500 accidentes

Número de accidentes por cada propietario de armas: 0.0000188

Estadísticamente, los médicos son aproximadamente 9.000 veces más peligrosos que los propietarios de armas.

 

(Irónicamente, parafraseando a los enemigos de la legitimación de las armas, el informe concluía: "Please alert your friends to this alarming threat. We must ban doctors before this gets out of hand").

 

Los antiguos romanos decían: Si vis pacem, para bellum. Si quieres la paz, prepara la guerra.

 

Si mi propuesta fuera aceptada y llegara a haber un gran número de ciudadanos honestos armados, los crímenes disminuirían enormemente. Si los automovilistas de aquel asalto masivo que relata el Sr. de la Torre hubieran estado armados según un programa público y conocido, tenga Ud. la certeza que los asaltantes se hubieran cuidado muy bien de aparecer.

 

Obviamente, si el ciudadano armado es sorprendido por el delincuente armado, no puede reaccionar intentado sacar su arma porque correría a una muerte segura. Pero la idea no es hacer de la Argentina un Far West, sino generalizar el uso de las armas por la gente honesta para que esa generalización, conocida por los delincuentes, los disuada de cometer delitos.

 

Entre hombres de distinta moralidad y cultura, la única cosa que mantiene el orden es el respeto de un hombre por otro basado en el temor de que una transgresión a ese respeto puede costarle cara al transgresor. Los gentilhombres de la España del Siglo de oro decían: "A músculos de villano, hierro al medio", el hierro de la espada.

 

Y fuera cual fuese la causa del respeto, ya sea las íntimas convicciónes que resultan de la educación o el temor de una respuesta contundente, el hecho social del respeto mutuo se logra y es fundamental.

 

Los delincuentes son, por antonamasia, irrespetuosos de la vida y de los bienes del prójimo. Debemos volver al viejo principio de la sabiduría de los siglos y poner entre ellos y nosotros, el hierro de un arma.

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