2031 (VI)

Cosme Beccar Varela
LBM #137
21/4/2001



(Nota: Creo que los lectores agradecerán que los libere, aunque sea por un día, de la penosa tarea de acompañar el derrumbe nacional.


En estos momentos, los diputados, representantes de los partidos que monopolizan el poder y no del pueblo, "deliberan" sobre el proyecto de ley con que intentan promover la liberación sexual.


Dejo sentado mi total rechazo a ese nuevo atropello contra la moral más elemental y al cinismo con que lo ejecutan.


Pero dejo para mañana el análisis del asunto, cuando ya tendremos noticias de lo cometido en la sesión de hoy


A pedido de algunos lectores, paso a transcribir el Capítulo VI de la novela "2031", cuyos cinco capítulos anteriores salieron en los nros. 115, 116, 117, 126 y 127 de esta "Botella")



Capitulo VI


Existía realmente una organización subterránea de "hopeless" que se llamaba la "Innominada" porque no tenía nombre, valga la paradoja.


Tenía un objetivo simple y pocas reglas, pero se cumplían a rajatabla. El objetivo era: "Defender la libertad de los perseguidos y debilitar al poder establecido cuanto fuera posible."


No se proponía dar de comer a nadie, ni tampoco dar albergue, sino tan sólo ayudar a los perseguidos y debilitar el poder establecido en toda la medida de lo posible pues lo responsabilizaba, con mucha razón, de la miseria en que vivía la inmensa mayoría del país. Quería apenas devolver un poco de esperanza a los desesperados.


Pero no intentaba derrocar ni substituir a los poderosos del momento; no porque no deseara su caída sino porque sabía que era imposible. El monopolio de la fuerza pública que detentaban los dos partidos, el control de los medios de difusión y del dinero, el apoyo internacional de los organismos internacionales formaban un bloque inamovible. Los jefes de la "Innominada" eran suficientemente inteligentes como para no correr de cabeza contra la pared.


Eso si, todo lo que pudieran hacer para defender a los suyos contra ataques directos del sistema político, lo hacían, con decisión y eficacia.


Esta restricción estratégica que se auto-imponía la "Innominada", era conocida por las altas cúpulas oficiales, por lo cual no la consideraban rival en la puja por el poder ni se empleaban a fondo para destruirla. Pero los funcionarios de niveles más bajos, esbirros de los grandes bonetes, la temían y evitaban chocar con ella.


Es cierto que, más de una vez, en los conciliábulos más altos del poder se había considerado seriamente si esa especie de armisticio implícito de que gozaba la "Innominada", a la larga, no era peligroso para el sistema. Pero siempre terminaban dudando si había llegado el momento de acabar con ella.


Las reglas de la "Innominada" no estaban escritas pero todos las conocían. Esas reglas eran las siguientes:


1) Toda persona desamparada podía asociarse.


2) Se debía obediencia al Jefe, elegido por el Jefe saliente con el consentimiento de un Consejo de Confiables constituido inicialmente por los Fundadores y, luego, por los reemplazantes designados por éstos en una linea ininterrumpida desde el origen. El Consejo se componía de siete miembros. El Jefe y el Consejo de Confiables duraban en sus cargos indefinidamente. Terminaban cuando, por salud u otro impedimento, no pudieran atender a los asuntos de la Innominada. En el mundo subterráneo de los "hopeless" todos debían tener la posibilidad de conocerlos, pero nadie debía saber adonde pernoctarían al día siguiente.


3) En cada provincia de la "Innominada" había un Confiable a cargo que era responsable ante el Jefe. Tenía un Consejo compuesto por tres Confiables.


3) Los asociados se debían ayuda mutua. Eran todos tan pobres que esa ayuda no se esperaba que consistiera en dar trabajo ni comida, a no ser en casos en que peligrara la vida física o espiritual de un asociado. En esos casos extremos, todos debían ayudar, aunque más no fuera un mendrugo con el que corría peligro de vida. 


4) Todos podían comunicarse libremente con el Jefe y con los Confiables y exponer sus deseos y sugerencias. En casos muy graves estaba prevista la convocatoria a una consulta de la opinión general.


Había otras reglas más específicas sobre estilos, procedimientos, prohibiciones y derechos. Pero alargaría mucho este capítulo si quisiera escribirlas ahora. Tal vez más adelante.


El Jefe era desde hacía casi 10 años, un fraile dominico, uno de los pocos que quedaban después del relajamiento y cuasi disolución de la venerable Orden de Predicadores fundada por Santo Domingo de Guzmán en la Edad Media.


Las reglas de la Orden habían quedado suspendidas de hecho. El clero en general había caído en un gran relajamiento moral y padecía un estado de confusión doctrinaria que parecía no tener remedio.


Aquí y allí había buenos sacerdotes y algún Obispo que todavía adhería a la fé y a la filosofía perenne, pero estaban olvidados del resto y aislados completamente de los demás eclesiásticos.


Fray Bernardo era uno de esos sacerdotes, aunque por su apariencia se hubiera dicho que era uno de los relajados. No vestía el hábito monacal, aunque decía misa todos los días, y administraba los sacramentos a quien se los pidiera, pasara lo que pasara y sin excusas de otras ocupaciones o cansancio.


En ese año del 2031 tenía 50 años, pero se mantenía fuerte como un toro, ágil como un tigre y alerta como un ciervo. Había sido discípulo de Fray Alberto, uno de los últimos estudiosos de Santo Tomás de Aquino que hubo en la Orden y era tal su aprovechamiento de las enseñanzas del ilustre maestro, que durante sus primeros 40 años se pensó que se dedicaría a la filosofía, aunque los otros religiosos ya estaban coaligados para no darle ningún cargo de enseñanza en ninguna de las escuelas ni Universidades católicas las que, desde hacía más de medio siglo estaban monopolizadas por el "progresismo" y por la mediocridad, siendo ésta última la que prevalecía, de lejos, sobre cualquier tendencia ideológica.


Por eso, fué una gran sorpresa cuando Fray Bernardo dejó de concurrir al comedor del Convento de Santo Domingo, único lugar en el que todavía se encontraban los monjes menos relajados, ya que todos los monjes, menos los ancianos decrépitos, vivían cada uno por su lado y los más relajados, ni siquiera comían en el convento.


Nadie supo por qué fue eso. Pero voy a revelar a los lectores la causa de esa desaparición: en el 2021 había sido electo por el Fundador de la "Innominada" como su sucesor.


Sobre el Fundador no he podido averiguar nada, a pesar de mis pacientes investigaciones, aunque todos lo deben haber conocido porque murió en el 2022, al año siguiente de designar a Fray Bernardo como Jefe y cuando terminó de consolidar la autoridad de su sucesor en todos los ámbitos de la organización.


Lo cierto es que Fray Bernardo había demostrado en esos diez años que la elección había sido un gran acierto del Fundador. La "Innominada" se había extendido enormemente y su obra era cada vez más eficaz y temible para el sistema.


Los "hopeless" confiaban en él y en medio de aquella desolación, tenían un consuelo: alguien velaba por ellos y estaba dispuesto a guiarlos y protegerlos.


No crea, estimado lector, que aquella organización era sólo para católicos. El hecho de que Fray Bernardo fuera sacerdote no impedía en nada que los "hopeless" de todas las religiones, unidos por el dolor y la miseria, sintieran por él la misma confianza que los católicos. Y no tomaban a mal que Fray Bernardo, sin indiscreción ni impertinencia, hiciera lo buenamente posible para convertirlos al catolicismo, si la ocasión se ofrecía.


Fray Bernardo se había enterado de lo ocurrido en las "colas" y del incidente de Luis. Resolvió que el asunto exigía un examen más detenido y convocó a los Confiables.


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