Sin el reemplazo de la actual "dirigencia" la crisis no será resuelta

Cosme Beccar Varela 
LBM #200
20/07/2001



Un lector escribió ayer una carta a propósito del nro. 197 de este diario ("Preguntas sin respuesta"), donde sostiene que no hay crisis, por profunda que sea, que un país no pueda superar. Y da el ejemplo de España, que es muy bueno.

Lo que pasa es que la crisis más grave que padecemos en nuestra Patria no es el deficit fiscal, sino el deficit humano en las esferas de gobierno.

Casi todos los poderes que hay en el país y que deciden la suerte de los argentinos, están en manos de gente que no debería tenerlos pues no poseen las condiciones morales e intelectuales indispensables para ello.

Me parece muy sabia aquella frase de Camoens que he citado varias veces: "Un fraco rei faz fraca forte gente", un mal rey debilita a un pueblo fuerte.

Si tenemos una clase dirigente inepta que se comporta en forma tiránica, que se sirve a sí misma en vez de servir el bien común, entonces no hay manera de resolver ninguno de los demás problemas graves que tiene el país. Esa clase es causa de muchos nuevos males y del empeoramiento de los existentes.

Para gobernar un país, en primer lugar, es necesario tener las calidades necesarias para entenderlo; en segundo lugar, hay que quererlo bien y en tercer lugar, es indispensable aplicarse decididamente, y sin ahorrar esfuerzos, a servir el bien de todos, hasta el olvido de sí mismo.

Las preguntas del artículo en el nro. 197 se relacionan con ese deficit crucial y esencial y todas convergen al mismo interrogante: ¿cómo reemplazar a la actual "dirigencia" que nos destruye inexorablemente?

Y en este asunto esencial no estoy tan seguro de que se pueda confiar en una recuperación necesaria sin que ocurra una gran movilización de la gente, por puro patriotismo, o provocada por una gran tragedia que movilice a todos por necesidad.

Ninguna tiranía abandona el poder si no es forzada a ello. No necesariamente por un "golpe militar", cosa que está demostrado que aquí no soluciona nada; ni por una guerra civil, como en España, que, gracias a Dios, en nuestro país no es posible; ni por una guerra mundial, como en Alemania, que acabó con el nazismo, pero ¡a qué precio tan enorme!

Hubo aquí una vez una revolución de la opinión pública, que culminó en la acción del valiente General Lonardi y derrocó a Perón. Pero eran tiempos de mucho mayor civismo y de alineamientos muy claros.

La actual crisis argentina está causada por pequeños tiranuelos que aplastan al país; son una multitud dañina como un enjambre de abejas africanas posado sobre el cuerpo nacional, pero no presentan un frente suficientemente claro y unívoco como sucedió en 1955.

La única esperanza de sacudir ese enjambre se basa en el desprestigio irreversible en que han caído estos pequeños tiranos. Esperanza muy débil, por cierto, ya que, desprestigiados y todo, podrían continuar indefinidamente abusando de sus poderes si no se organiza una vigorosa resistencia republicana que los reemplace por procedimientos legales.

Existe un precedente ilustre, y es el del Cabildo Abierto de Mayo de 1810. La parte más culta de la población hizo la crítica pública y sistemática de los graves defectos que tenía la administración colonial y demostró los perjuicios que sus lentitudes y arbitrariedades causaban al bien común del Virreinato. Esta crítica, acompañada por una cierta movilización de juventudes, terminó siendo seguida por las clases populares y culminó en un avance decidido hacia el poder.

El virrey Cisneros convocó a un Cabildo abierto, permitió entera libertad de comunicación con el pueblo y cuando vió que su poder había quedado tan esmirriado que casi no existía, renunció mansamente y la Primera Junta se hizo cargo del gobierno.

Nosotros no tenemos ninguna de las tres fuerzas coadyuvantes que tenían los hombres de Mayo: la intervención de ciertas logias, el apoyo de Inglaterra y una decidida amenaza de acción militar que no llegó a usar sus armas pero se hizo presente a pedido del propio Virrey. Pero si podemos imitar su apelación a la opinión pública.

Si viviéramos en una verdadera república en la que funcionara el Parlamento, si hubiera libertad de prensa y si no interfirieran poderes no institucionales para sostener el sistema, estos tiranuelos que usufructúan el poder podrían ser reemplazados en forma ordenada y constitucional por un clamor de la opinión.

Y si fueran como Cisneros, se irían espontáneamente, dejando que el Presidente De la Rúa preste un insigne servicio al país nombrando un Gabinete de Crisis que ponga en marcha un procedimiento para renovar enteramente la clase política y que resuelva los problemas urgentes (ver nros. 156 y 194 de este diario).

Mientras esto no ocurra, y para que ocurra, debemos movilizar a los patriotas, analizar los asuntos, plantear las soluciones posibles y alertar a la opinión pública para que reclame la puesta en funcionamiento de los procedimientos legales para que la actual "dirigencia" sea reemplazada.

Esta es una posibilidad suficientemente remota como para que los escépticos meneen la cabeza y la descarten con desprecio, pero suficientemente viable como para que los valientes la intenten.

Si una nueva clase dirigente potencial no se manifiesta, mal podemos quejarnos de que la actual ocupe el gobierno. Más que una queja debería oírse un "mea culpa" de quienes podrían gobernar, pero no dan el indispensable paso al frente.

No se puede pretender que el gobierno, que es de suyo una acción pública, sea conferido a personas que se ocultan. Entre los escondidos podremos reclutar ermitaños, pero no dirigentes políticos ni estadistas.

Puede ser fruto de un optimismo incurable creer, como creo, que los futuros dirigentes están y no aparecen tal vez por un exceso de modestia, y pensar que si uno dice estas cosas, si los convoca, si les dá oportunidad de manifestarse, aparecerán y demostrarán lo que valen.

Causa una cierta desazón, sin embargo, ver que las palabras han perdido su capacidad de comunicar. De ahí las preguntas del nro. 197, todas ellas orientadas a buscar solución al gran enigma que es este:

Suponiendo que una clase dirigente nueva existe dentro de la sociedad argentina y que sería capaz de salvarla ¿como se hace para convocarla?

No basta que se movilicen unos pocos que comprendan todo el horizonte de nuestra crisis, ni que muchos se movilicen para resolver algún problema en particular dentro de ese vasto panorama trágico.

Por supuesto que ambas cosas son de gran importancia. Pero insuficientes. "Finis coronat opus" ("Una obra está completa cuando alcanzó su objetivo", podría traducirse).

Si los muchos no refuerzan a los pocos con su número y los pocos no refuerzan a los muchos ampliando sus miras y conduciéndolos a la victoria, no habremos conseguido nada.

No hay que hacerse ilusiones: o reemplazamos a los tiranuelos por una nueva clase dirigente que sirva al bien común, usando para ello los procedimientos que establecen la Constitución y las prácticas republicanas, o la crisis no será resuelta.

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